"Un diario en curso."
Día 23
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Este fue un día de ver a través de las ventanas y al destino. Primero fue la ventana del avión, al mirar hacia el Iztacíhuatl y el Popocatépetl camino a Nueva York, los dos grandes volcanes cercanos a la ciudad de México, uno de los cuales, el Popocatépetl, conocido en el habla popular como El Popo, ha estado en erupción intermitentemente desde hace unos años, causando estragos entre los que viven cerca. No hace mucho, las cenizas de la erupción de este volcán cayeron sobre toda la ciudad de México. Qué paisaje maravilloso. Viendo a través de la ventana todo se ve tan plácido y tranquilo, cuando de hecho puede ser muy devastador, especialmente en estos tiempos de calentamiento global. Viendo por la ventana, pensé en la fragilidad de todo esto: el avión desde el cual estoy tomando la fotografía, sostenido en el aire por la velocidad y la aerodinámica, en cualquier momento podría fallar, y el volcán, listo para entrar en erupción, causando estragos para cientos de miles de personas en sólo unos pocos minutos de actividad. Siempre estamos a la merced de fuerzas que están más allá de nuestro control, siendo nuestro destino una gran parte de donde estamos ubicados en un momento determinado en el tiempo.
La siguiente imagen fue tomada por la ventana del taxi mientras cruzábamos el Túnel Lincoln que lleva del aeropuerto en Newark, New Jersey, a Manhattan. En el pasado, cuando quería crear imágenes como ésta, era una cuestión de suerte. Se tomaban muchas imágenes con la esperanza de capturar algo visualmente interesante. No hay manera de ver realmente lo que uno está haciendo cuando se usa una cámara con película, de modo que la esperanza era una gran parte de la ecuación. Hoy,
con las cámaras digitales, evidentemente tampoco se puede
ver el instante en que se toma la foto, pero en vez de tener que
esperar días para obtener la retroalimentación esperada,
todo sucede en ese mismo espacio. Por lo que se pueden hacer ajustes
finos y corregir todo para que se acerque mucho más al efecto
buscado. Sentado en el taxi, tomaba fotos, veía las imágenes
que acababa de realizar, y continuaba con todos los ajustes hasta
que la apertura, la velocidad, y mi movimiento (o falta de él)
pudieran darme los resultados deseados.
La siguiente ventana es de nuestro cuarto de hotel, con vista al Empire State Building. Las manchas de mugre en el cristal de la ventana, nos dan la sensación de estar viendo precisamente a través de una ventana. Las podría haber quitado fácilmente con Photoshop, y eso es lo interesante de la fotografía digital ya que tenemos que tomar decisiones acerca de estas cuestiones. En el pasado las manchas estaban allí y eso era todo. Ahora, cuando se pueden eliminar o dejar, comienza a ser una cuestión de elección y no sólo una de las limitaciones del medio. La primera vez que vi el edificio del Empire State fue después de la guerra en 1948. El vuelo que tomamos desde la ciudad de México fue en un avión con hélices. En aquellos tiempos, uno se vestía bien para subirse a un avión. Mi madre solía usar un sombrero muy elegante con un velo flotando frente a su rostro. Hasta yo tenía que usar una corbata y tenía doce años. Conservé por años la pequeña barra de jabón de American Airlines con su doble A, que por alguna razón me dejó muy impresionado. En
Nueva York nos reuníamos con unos primos, y para la ocasión
me daban algo único para aquellos tiempos, una camisa de
nylon. El nylon era un artículo especial durante los años
de la guerra, por lo que la ropa hecha con nylon era algo que se
tenía que tener cuando estuvieron a la disposición
del público. Era verano, como ahora, y hacía mucho
calor, y si se estaba usando una camisa de nylon, especialmente
las que se hacían en aquel entonces y que no respiraban,
parecía uno estar sentado en un invernadero. Todavía
recuerdo cuando me sentaba en los restaurantes con mi camisa de
nylon, una corbata, y con el sudor que resbalaba por mi pecho como
si estuviera en un programa de reducción de peso, pero ¡qué
elegante me sentía! No hubiera cambiado todo lo que sucedió
en ese tiempo por nada en el mundo. Pensaba que era el tipo más
fresco en la ciudad (sin doble sentido). Lavaba mi camisa cada día
y la tenía lista para usarse en menos de una hora, era algo
mágico, esa tela nylon de Dupont lo hacía a uno sentirse
moderno.
Trisha, mi esposa, y Julio fueron a comprar jugos para Julio en una tienda cercana. Al estar comprando las cosas, alguien en la tienda escuchó a Trisha llamar a Julio y esa persona resultó ser Julie, quien había trabajado con nosotros en ZoneZero en México como traductora. Se había ido a vivir a Nueva York hace un año y medio para bailar. Actualmente se gana la vida como traductora mientras dedica su tiempo a su pasión que es la danza. Lo que nos conmovió a todos, fueron las probabilidades de que ocurriera este encuentro. Si se piensa en las probabilidades matemáticas de que esto pasara, están más allá de lo imaginable. Julie nunca antes había entrado a esa tienda, había salido de su oficina porque se sentía algo hambrienta fuera de su horario habitual. Por otra parte, Trisha y Julio tenían muchas otras opciones en cuanto a dónde y cuándo ir a comprar jugos ya que acabábamos de llegar de México hace media hora. Este encuentro fue el destino, simplemente nos teníamos que volver a ver. Esto me lleva al punto de partida, a los pensamientos que tuve antes sobre nuestra fortuna en relación con la naturaleza, cosas que están más allá de nuestro control. Ciertamente este encuentro se acercaba más a estas cuestiones de suerte. Quienquiera que lo haya organizado, lo hizo bien. ¡Gracias! Deberíamos ahora salir a comprar boletos de la lotería, ¿no lo creen?.
Pedro
Meyer
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